Como una cebolla
En un barrio situado casi a la salida de la ciudad vivía Anita. Las casas eran todas iguales, y la de ella solo se distinguía por un jardín con jazmines y porque un gallo de hierro adornaba el buzón.
Una tarde, cuando el papá llegó del trabajo, la encontró alineando botones sobre la mesa del comedor.
Sobre ellos colocaba bolitas de vidrio, cuidando que quedaran bien centradas. Bajo la silla, el perro bostezó y luego volvió a ovillarse.
-¿Qué estás haciendo, Anita?
La nena se pasó una mano por la frente para correr el mechón rubio y finito que le hacía cosquillas en los ojos.
-Estoy guardando. Se escapan las bolitas.
-Pero si están quietas.
-Porque las guardo. De los botones no se van.
-¿A dónde?
-No entendés nada, papá.
El papá se sentó al lado de la nena y puso una mano sobre otra. Luego apoyó la cabeza sobre ellas, quedando sus ojos al mismo nivel que los de Anita.
-¿Me explicás?
La nena lo miró de reojo, algo fastidiada por la interrupción. Le echó una mirada a las bolitas, verificando que siguieran en su lugar. Después le quitó los lentes al padre y se los puso. Así se veía mucho más grande. El papá siempre le decía que con anteojos se parecía mucho a su mamá. Pero no era por eso que se los había puesto, sino porque le daba más seriedad a sus palabras.
-Hay un ratón en una casita. La casita está adentro de una nuez. La nuez cuelga de un árbol, en el patio de otra casa. La casa está en una isla. La isla está dentro de una bolita, que está guardada en el bolsillo del saco de una foca.
-¿Y la foca dónde está?
-En una pecera, adentro de otra bolita.
-¿Y es una de esas?
-Sí.
-Pero si está todo tan ordenado ¿por qué te preocupa tenerlas quietas?
-Porque si se mueven, se desordena la casita del ratón. En la casita del ratón hay un cucú. Adentro del cucú hay un gato, de esos que hacen “vení” con la mano…
-¿Un maneki-neko?
-¡Sí! Y adentro del gato-maneki-neko hay una bolita. Y ahí estamos nosotros.
-Hija, si el ratón está adentro de una bolita, y nosotros dentro de una bolita que está en la casa del ratón, entonces la bolita en la que está el ratón no puede ser una de esas. Pero si tanto te preocupa, mañana te traigo una cajita para que puedas guardarlas bien. Ahora me voy a cocinar, vengo en un rato. -Le acarició fugazmente la cabecita y se fue sin darse cuenta que había corrido una de las bolitas con la manga del saco, que rodó hacia el borde de la mesa.
Anita resopló con mal humor. Cuando vio la bolita, hizo un movimiento rápido con la mano para atajarla.
-No, no, no.
En ese momento, un temblor sacudió la casa en la que vivían el papá y la nena desde que la mamá se fue. Un par de cuadros se torcieron, el perro se puso nervioso hasta que la nena lo abrazó. El papá volvió de la cocina, asustado.
-¡Anita! ¿Estás bien?
-S-sí. Acá estoy.
Siguió la voz y la encontró debajo de la mesa, abrazada al perro, con las bolitas en la mano.
-No entendés nada, papá. –dijo, mientras le acercó la mano para que pudiera ver las bolitas de cerca.
Publicado en el periódico infantil de distribución gratuita
El Pequeño Jerónimo (Septiembre/ 2015)