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Channel: El Sórdido Tópico
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Obrero del arte

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Por Cezary Novek*

Tras años de silencio, el galerista y diseñador Giacomo Lo Bue abrió las puertas de su casa a Deodoro para conversar sobre su trayectoria y sus nuevos proyectos.

Giacomo Lo Bue es una firma omnipresente en casi todas las láminas y reproducciones de arte que se pueden encontrar enmarcadas, colgando de la pared de oficinas, instituciones, hoteles, funerarias y hasta galerías de arte de toda la ciudad. Bajo el nombre, se consigna la dirección de una galería que ya no existe. En internet, solo aparece mencionado como editor de catálogos. Los afiches de Giacomo Lo Bue fueron muy populares entre fines de los ’80 y mediados de los ’90 en nuestra ciudad.

Pregunté por mail a varios conocidos.  Algunos recordaban la galería. Todos coincidieron en dos cosas:

-Tanto la galería como las reproducciones y  catálogos que se editaban allí eran de una calidad que no se ha vuelto a ver en Córdoba.

-Nadie sabía en qué andaba actualmente Giacomo Lo Bue. Algunas vagas referencias a un trabajo sobre las pictografías del Cerro Colorado. Nada más.

Los que se acordaban, recomendaron preguntar a otra gente, empecé a hacer llamadas. Me dijeron que aún vive y que está en Córdoba. Cuando conseguí el teléfono, lo llamé. Me hizo un par de preguntas antes de darme su dirección y acordar un horario. Dijo que lo llame antes, por si acaso. Que estaba con mucho trabajo en estos días.

Viernes por la mañana. Antes de ir, lo llamo. Me pide que retire un pan casero que había encargado en un local cercano. “Es muy bueno, te va a encantar”. Hago sonar las aldabas de la casona colonial refaccionada y espero por largos minutos. Las dos ventanas que de la fachada blanca están protegidas por plantas en macetas. Estudio el decorado de sobre las puertas verdes, un arabesco trabajado en metal. Estoy por sacarle una foto, cuando estas se abren de par en par.

Está cerca de los setenta años, pero parece de cincuenta. De estatura media y contextura fornida, sus movimientos rápidos y la intensidad de sus ojos clarísimos despiden energía y dinamismo. Saluda con una cadencia suave e inquieta, que delata vestigios de la tonada mendocina y el acento italiano.

El interior de la casona parece una catedral secreta. Ventanucos en altura proporcionan una iluminación tenue que realza la colección de pinturas, esculturas, objetos arqueológicos, muebles y libros que están exhibidos allí. Santos tallados en madera, objetos precolombinos trabajados en terracota y pintura cuzqueña del siglo XVIII contrastan con originales de Quinquela, Spilimbergo, Kuitca. “Hay una historia del arte en esas paredes”, dice mientras me invita a dejar mi abrigo y seguirlo por el pasillo.

Al igual que el living, la cocina también es enorme y luminosa. Prepara café y sirve nueces, maní, ricota, miel, pasas y pan casero. Extiende la mano sobre la mesa, invitando a comer y sonríe: “Esto es desayuno griego, el que tomaba todos los días de mi infancia”.

Pregunta sobre el motivo de la visita y aclara que nos tomará tiempo el asunto. “Respeto mucho la letra impresa–acota– y el nombre de la Universidad, es por esto que me interesó recibirlos”. Le digo que quiero saber sobre su galería. Su historia, su origen, por qué cerró. Qué hizo todos estos años.

Lo Bue nació en el municipio de Lercara Friddi, Palermo, Sicilia. El 25 de junio de 1947. Llegó a la Argentina con sus padres, a comienzos de los ’50. Ya adolescente, regresó a Italia y se puso a trabajar con su tío. Durante los ’60, frecuentó el circuito de artistas en torno a la galería Il Naviglio. Es por ese entonces que comenzó a visitar también las casas y los talleres de Giorgio De Chirico, Francesco Messina, Renato Guttuso, Salvatore Fiume, Bruno Cassinari y del poeta Giuseppe Ungaretti.

“Pintaba paredes y decoraba casas. Llegué a ser muy bueno en eso. Empezó a irme bien. Armé una pequeña empresita. Como trabajaba mucho, entraba dinero. Cuando tuve satisfecha la necesidad de ropa, auto y eso, empecé a comprar arte”. Con la misma sencillez, cuenta que se formó trabajando, sin una sola clase en la universidad. Que aprendió con su tío y yendo a muestras, hablando con artistas, respirando el clima cosmopolita de la Milán de ese entonces. En los ’70 regresó a Mendoza y comenzó a trabajar como marchand y decorador.

“Una noche, escucho por radio que Argentina desembarcó en Malvinas. Supe que iba a haber guerra. Quise dar una respuesta a eso. Y decidí abrir mi galería”. Dicho y hecho, la Galería de Arte Giacomo Lo Bue se inauguró en 1982. Su esposa de entonces, Susana Verde, lo acompañó en el proyecto. Abandonó la decoración y comenzó a diseñar y producir afiches que le reportarían prestigio y contactos en todo el mundo del arte desde entonces. Empezó con muestras de Forner, Pujía, Cogorno, Scapetti, Delhez, Quiroga, Hoffmann.

En 1987 mudó la galería a Córdoba, en la calle Caseros 67. Realizó afiches y catálogos para Forner, Castagnino, Tschamler, Alonso, Pizarro, Santander, Signori. Ese año también hizo un afiche de Carlos Alonso para el Museo Municipal.

En 1988 realizó el catálogo y afiche para el recién inaugurado Centro de Arte Contemporáneo y gana el Premio de Diseño Gráfico, Ciudad de Córdoba, con el afiche de Carlos Alonso para el Museo Castagnino de Rosario.

En 1990 hace catálogo y afiche para la muestra de Carlos Alonso “El pintor caminante”.

Desde un principio tenía definido que quería apostar por muestras personalizadas, con afiches y catálogos de la más alta calidad que permitiera la tecnología de reproducción de ese momento. “Mandaba a buscar a donde sea el papel que necesitara, por más que solo se consiguiese en Alemania”. No hubo un método ni técnica especial para la producción. “Experimentaba, como todo autodidacta. Los primeros afiches fueron muy rústicos y con el tiempo fueron ganando en sofisticación”. Muy conocido fue el afiche que hizo para una exhibición de Dalí en 1985. “No quería mostrar el bigote, pero quería que se lo reconociera igual”. La imagen de Dalí parado de espaldas, sobre un fondo texturado de cartón es hoy un clásico.

“A través de los afiches, le hablo a la historia. A la historia del arte de los últimos cien años.  Está claro que no tengo posibilidad de registrar a todos los mejores artistas de ese período, pero sí estoy seguro de que, entre los que elegí, no sobra ninguno. Lo mío es un trabajo de obrero para con el arte. Busco comunicar la obra, para que todos puedan apreciarla y tenerla. Es una forma de contar lo que vi y lo que quisiera legar de eso”.

Generoso en detalles, Giacomo explica su visión del arte. No considera que la obra sea de nadie más que de la humanidad misma. El galerista o el propietario son depositarios circunstanciales. La obra es patrimonio universal y la reproducción colaboraría con ello. Es por eso que siempre trabajó con pocos nombres y pocas muestras. “Quería trabajar a fondo, con rigor, hasta el último detalle. Es así como entiendo que se debe proteger al artista, a su obra; por más que esto sea un pensamiento anticomercial, persigue un fin más trascendente”. Elegía cada cuadro y la forma de colgarlos junto al artista. Se ocupaba del enmarcado y las invitaciones. Durante esos años también tuvo una marquetería.

La galería cerró en 1997. En un momento de grandes proyectos, decidió comprar lo que antes era el local de la Galería Klemm e instalar allí la suya. Consiguió casa, mudó la familia y se dispuso a preparar los detalles. Poco antes, había iniciado un proyecto que lo ocuparía por años: las fotografías del Cerro Colorado.

“Tengo un amigo fotógrafo, Raúl Piuzzi. Le pedí que me acompañara a hacer cinco fotos. Terminamos haciendo quince mil. Años de viajes. Me instalé en una casa y hasta formé una agrupación gaucha en Cerro Colorado”. Muestra fotos de eventos con la agrupación. Él montado a caballo, sus hijos vestidos con trajes típicos, desfiles varios. Una de sus fotos favoritas muestra la mesa familiar. Un caballo está comiendo de un plato, situado en la cabecera. Todos ríen.

Los años de viajes y el dinero invertido en el proyecto fueron desgastando el sueño de la galería en capital. Lo Bue es fanático del rigor. Un ejemplo de ello: “Teníamos cientos y cientos de fotos del Cerro Colorado. Estaban fantásticas las imágenes, pero había cierto tono amarillento en las fotos que no me terminaba de cerrar. Investigué e investigué hasta que di con el origen del problema. El líquido revelador no era bueno o estaba usado. Hubo que hacerlas de nuevo, a todas”.

En 2000, el Gobierno de la Provincia publicó un exquisito calendario con las fotos de Piuzzi y textos de Lo Bue. Eran de soporte rígido, anillados, con troquel en las portadas y un nivel de definición en el color que habla por sí mismo.

Después, un silencio que duró más de quince años.

El tiempo se acaba después de casi cuatro horas de conversación. Acordamos otro encuentro, la semana siguiente. Fue al atardecer. Lo Bue disponía de una hora, porque debía asistir a la inauguración de una muestra en el Caraffa.

Le pregunto por qué el silencio. Qué hizo todo este tiempo. De qué vive. Qué planes tiene. Dice que dedicó todo este tiempo a sobrevivir con su actividad de marchand. No hizo un solo afiche en ese lapso. Se dedicó a criar sus hijos y recomponer vínculos familiares.

Luego, la sorpresa:
“No es casualidad que hayas venido justo en este momento, en estos días”. Revela que actualmente tiene en imprenta unas láminas que reproducen obras de Guillermo Roux, diseñadas por él. Luego sale de la cocina un momento y regresa con una carpeta. La pone sobre la mesa. Son los detalles legales del proyecto de la Fundación Giacomo Lo Bue. En ella se detalla la edición de cuatro libros. Entre ellos está el proyecto sobre las pictografías del Cerro Colorado, que contará con textos de Oscar del Barco. “Después de veinte años, el libro está pronto a ver la luz”. En el staff figura su ex esposa, Susana. “Siempre ha sido un gran apoyo en todos los proyectos”.


Lo llaman por el celular. Su hija le dice que la artista que inaugura esa noche lo está esperando para saludarlo. Tenía que estar a las 20. Son las 20:30. Pide disculpas y va a cambiarse. “Quedé en ir, es una amistad de años”, dice cuando vuelve. Me obsequia unas reproducciones –hermosas– de diferentes épocas de su trayectoria. Salimos juntos. Dice que lo visite cuando guste. Le pido disculpas por haberlo demorado. Me da la mano mientras levanta la otra para parar un taxi. “Al contrario, yo te pido disculpas. Para mí es más importante esto, hablar de arte, promover el trabajo”.

*Escritor.




Publicada en la revista Deodoro. Gaceta de crítica y cultura N°58 (Octubre/2015)

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