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Trópico de Piscis- Sin mirar el piso

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por Cezary Novek 


Desviaron el colectivo –un 60 y pico– en la esquina de San Jerónimo e Ituzaingó. Venía durmiendo, agotado después del trabajo. Me bajé apenas pude y caminé por San Jerónimo en dirección a Buenos Aires, total no faltaban más que dos o tres paradas para llegar.


En la esquina siguiente supe la causa del desvío. En un primer momento pensé que había un accidente porque había un hombre tirado en el piso. A su lado, una silla de ruedas destartalada, con partes sueltas. Un colectivo y un par de autos frenados intentaban retroceder hacia la cuadra anterior para poder retomar sus respectivos recorridos. El hombre levantó la cabeza, tomó el asiento suelto de su silla de ruedas y lo arrojó contra el colectivo: “Tomatelás, nadie va a pasar hasta que no vengan”. Le faltaba una pierna, pero no había sangre.

Un puñado de policías intentaba disuadirlo de su protesta, pero no cedió. Insistió en que no se movería de ahí. Me acerqué hasta quedar a unos dos metros de distancia, sin salirme de la multitud que comenzó a agolparse alrededor sin bajar de la vereda.

La pierna faltante era la izquierda. También le faltaban los dientes de la parte superior. En la pierna derecha –la única– tenía un tatuaje de una serpiente enroscada sobre sí misma, muy similar a la que decora en un gris discreto el ángulo inferior izquierdo del Black álbum de Metallica. Tenía puesta una gorra vieja y una remera de fútbol con el nombre “Román” en la espalda. Cuando se levantó la remera pude ver la bolsita con orín colgando de su abdomen.

Gritaba ya sin voz. Y lloraba. Una mujer algo más joven –su pareja, tal vez su hija o su hermana, era difícil saberlo– caminaba nerviosa de un lado a otro. Enfrentaba al público casual con los ojos negros brillando con intensidad. Tenía una lapicera en la mano y se acercó a explicar a quien tuviera cerca cuál era el reclamo: el bolsón de comida llevaba dos semanas de atraso. Acababan de volver del Pizurno con las manos vacías. Estaban de asamblea desde hacía días y todo se había paralizado.

“¿Yo qué culpa tengo de las asambleas, me querés decir? Ayer fue el cumpleaños de mi hijo y no le pude dar nada. Que se hagan cargo los políticos. Yo de acá no me muevo”.

Ella insistió que el Gobierno debería asegurarle una pensión, ya que en ese estado nunca podría conseguir trabajo: “Si tuviera la pensión, no estaría todos los días pidiéndole monedas a estos giles de acá”, subrayó con el brazo en dirección a un grupo de hombres trajeados que reanudaron su marcha apenas se dieron por aludidos.

“Si saca como 2300 pesos por día pidiendo”, dijo un hombre de avanzada edad –que parecía haber sido mayor ya en los tiempos de Juárez Celman– parado a mi izquierda. “¿Y dónde están los derechos humanos de los que tienen que viajar por esta calle a circular libremente?”, le insistió a una mujer que negaba con la cabeza, indignada. Otro hombre, de unos cincuenta años dijo que “por qué no va a laburar como todos”. Alguien le respondió y empezaron a discutir acaloradamente. La vocera del hombre sin pierna seguía explicando: “Ahora no nos vamos a ir hasta que no vengan los medios”, “ya estamos hartos de que los políticos no nos den pelota”, “ya nos han entrevistado de Cadena 3, Canal Doce y del diario, ya somos famosos ya”.

Un hombre de unos cuarenta años –pero que vestía como adolescente, con cresta entrecana– pasó caminando junto a ella. Se miraron. Él siguió caminando parsimoniosamente por el medio de la calle, volteando la cabeza para mirarla cada tres pasos con una leve mueca de desprecio. Ella no le quitó los ojos de encima y todos los presentes quedamos paralizados esperando la explosión de violencia que nunca sucedió.

En la vereda del frente, en hilera, un guardia de seguridad, dos malabaristas y un policía miraban al hombre tirado en el piso, que mostraba la bolsita con orín con la solemnidad de quien ofrece su corazón en la mano. Quise hacer una foto de las miradas de esas personas. Cuando sacaba el celular del bolsillo, un policía nos intentó dispersar. Me ubiqué detrás de unas personas que estaban acodadas en la balaustrada de la galería, comentando la situación: “Con este calor, la bolsita se le puede infectar y ya no tiene repuestos, no ven que está llena”, informaba la mujer de la lapicera. Levanto la cámara por sobre sus cabezas y saco una foto. La imagen que buscaba ya se había disuelto. Llegó un fotógrafo profesional con acreditación de un medio, se acercó al hombre que lloraba y gritaba enseñando su bolsita. Se inclinó sobre una rodilla para hablar con él. Le sacó fotos. También le sacó fotos a la bolsita. Yo le saqué foto a ellos dos hablando.
“Encima, los pelotudos dele que dele sacar fotos, de puro morbo, nomás”, dijo un veinteañero –que estaba delante de mí– a la chica que lo acompañaba. “No es morbo, trabajo para un diario”, mentí parcialmente, ya que no soy fotógrafo. Giró su ojo hacia atrás por encima del hombro y respondió entre dientes: “Bueno, bueno, bueno, relájate, amigo, ¿querés?” “Estoy relajado, pero si lo decías por mí, estoy trabajando”. Hizo un gesto de desprecio que alcancé a captar aun estando de espaldas y continuó provocando en un tono casi inaudible. No me moví hasta que se me acabó lo que quedaba de batería.

“¿Así es como tratan a los ciudadanos cordobeses? ¿A vos te parece? Le dan a los bolivianos y peruanos de todo y a nosotros que somos cordobeses tenemos que andar haciendo quilombo para que le paguen la pensión y una silla de ruedas nueva”, seguía la vocera, alternando interlocutores, mientras el hombre del piso prendía un cigarrillo que le había convidado un policía. Balbuceaba entre lágrimas pero ya era imposible entenderlo.

Los uniformados nos fueron dispersando uno a uno. “Éste hace todos los meses lo mismo, no importa si le dan o no le dan, siempre va a cortar la calle”, comentó una mujer antes de doblar la esquina. Cuando me iba para la plaza San Martín, me crucé con un hombre de barba blanca que iba en dirección contraria, en silla de ruedas. Pensé que se uniría al reclamo, pero pasó de largo sin mirar al del piso.


Publicado en Hoy Día Córdoba, el 16 de diciembre de 2014

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